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ASÍ ES MONDOÑEDO. José María Rodríguez Díaz (2007)

  Unha das súas entradas máis longas, para un sitio moi querido, onde pasou quizáis os mellores anos da súa vida. Unha entrada poética e ilustrativa declaración de amornun recorrido por historia e cultura. E algunha frase para a lembranza, como a que di 'e, á xente que non lle puido chegar a cultura, chegoulle a educación'.

Jueves, 29 de marzo de 2007

ASÍ ES MONDOÑEDO

Una pequeña ciudad, construida en piedra, con calles estrechas y tortuosas, bordeadas por palacios y casas antiguas, con sus escudos y portalones, sus patios y sus balcones de hierro forjado en la antigua fábrica de Sargadelos, que yace dormida a los pies del Padornelo que, como un león recostado, la protege y vigila. Una pequeña ciudad que, a través del paisaje que la rodea, de las antiguas piedras de que está hecha y hasta de la misma lluvia que moja sus calles en los largos inviernos, expresa paz y silencio. Una ciudad, como la definía Cunqueiro, de casi mil años de vida canónica, aristocrática y letrada. Una ciudad con esa belleza y ese silencio que ha inspirado a tantos poetas, músicos y escritores. Una ciudad rodeada de hermosos valles, como los de Viloalle, Masma o Couboeira, sugestivas encañadas estrechas, como las de Valiñadares o la Fervenza y altos miradores como el de Fiouco, Padornelo o Tronceda. Una ciudad con un patrimonio paisajístico inigualable como no posee ningún otro pueblo de su contorno. Una ciudad que guarda un monacal y eterno silencio desde la muerte de su Mariscal. Una ciudad creada por tantos personajes ilustres que construyeron su historia y por las gentes que viven en ella, con su cultura y su sencillez.
¿Por qué es esta ciudad distinta de otras? ¿Cuál es su secreto? La respuesta está en su historia, en las especiales circunstancias en las que se desenvolvió su trayectoria a través de los tiempos hasta la actualidad.
Ya desde el siglo XII la sede episcopal va a marcar su vida y su futuro. La importancia del mecenazgo y la cultura que imprimió la sede episcopal a la vida de la ciudad y de sus gentes fue determinante para configurar esa forma especial de ser de sus gentes. Y lo fue hasta tal punto que a la sede le debe la ciudad, incluso, su nombre, importado del cercano pueblo de San Martín, en donde estaba primeramente ubicada la sede episcopal. Desde su papel de Señores de la Ciudad toda la vida de Mondoñedo gira en torno a sus obispos que son los que marcan su ritmo religioso, político, social y cultural. A muchos de ellos, como a Muñóz y Salcedo o a Sarmiento debe Mondoñedo sus grandes estructuras monumentales. Porque de la iglesia salía no solamente la palabra de Dios, sino, también, la gramática, la filosofía, las ciencias y las artes. En una palabra, todo el acerbo cultural que la ciudad heredó. Basta pensar en la influencia que ejerció su catedral en la vida de la ciudad. Durante un largo período de su historia la catedral, verdadero corazón de la ciudad, iba a ser la única fuente de formación de que en aquel entonces se disponía, y del que otros pueblos de su entorno no disfrutaban. Allí acudía masivamente la gente en los tiempos pasados a escuchar los famosos sermones de los canónigos magistrales en las grandes solemnidades, las famosas disertaciones públicas de los opositores a las canonjías, sobre cuya maestría y destreza luego la gente discutía en la calle, las grandes interpretaciones musicales de la orquesta catedralícia o la asistencia a las aulas en donde muchos niños y jóvenes de Mondoñedo, los niños de coro, recibían una formación musical y humanística de alto nivel. Las representaciones de los autos sacramentales de nuestros clásicos de la edad media y todas las actividades culturales que se derivaban del culto catedralicio, todo ello era como una gran aula magna al alcance del pueblo que en masa allí acudía para convertir su ocio en cultura. Hasta tal punto el pueblo vivía y participaba en los avatares culturales de la catedral que en unas oposiciones celebradas en mayo de 1900 a la canonjía de magistral, circuló por la ciudad un folleto criticando el resultado de la contienda en la que le habían usurpado la plaza al opositor D. Antonio Mª Agrelo, tío del que más tarde sería cura de la parroquia de Santiago de la ciudad, D. José Mª Agrelo, que aún hoy algunos mayores recuerdan. En ese folleto se criticaba la actuación de los demás opositores con estas palabras: “¡Qué desbarajuste, qué confusión de ideas! ¡Qué significado desconocimiento de las más rudimentarias reglas de la vida logística! ¡Qué exposición de premisas! ¡Qué consecuencias de pie de banco! ¡Qué lógica más peregrina, niñas de la catequesis! ¡Fustibus est arguendum! ¡A palo limpio, debiera ahuyentarlo de allí Bertolo en persona o Ferrerías, el excusador de las Somozas… para que fuese a hacer comedias a la plaza!” Y terminaba diciendo: “¡Mientras haya mujeres bonitas en los Molinos no quedarán sin castigo los vejámenes que tomemos en serio los de Mondoñedo!” Todo esto demuestra hasta qué punto el pueblo vivía y participaba por aquellos tiempos en los avatares de la vida catedralícia y la influencia que esta ejercía en el pueblo.
La misma presencia del entonces numeroso clero catedralicio, gente selecta en lo cultural, ejerció una marcada influencia entre los mindonienses, que se prolongó aún hasta nuestros días. Exponente de esta influencia era aquella participación de los canónigos en la vida socio política de la ciudad, tan bien reflejada en la prensa local de principios del siglo pasado, como Don Fino o La Voz de Mondoñedo. Y ya en nuestros tiempos, ¿quién no recuerda las cultas y enriquecedoras tertulias que tenían lugar en los bares, en las barberías, en las boticas, en las zapaterías o en los comercios de la ciudad, convertidos espontáneamente en aulas universitarias? Eran famosas las reuniones que tenían lugar en la tienda de Bernardino Vidarte, convertida en un verdadero ateneo literario abierto a todo el mundo, en donde las jóvenes promesas de la literatura, como Cunqueiro, empezaban a hacer sus pinitos. ¿Quién no recuerda las cultas charlas del gran conversador y articulista, D. Manuel Rico, en la barbería de Dionisio, en donde se hablaba de todo, desde el libro de los “Desconxuros para sacar as eirugas das hortas” hasta los comentarios sobre las fabulaciones de Cunqueiro?. ¿O las amenas conversaciones de D. Manuel Lamas en la Librería Montero comentando con gracia y parsimonia los temas de actualidad que aparecían en los periódicos? ¿O las científicas explicaciones de D. José Cascudo, en la tienda de Castañal, sobre la vida de las abejas o sobre las setas, mientras esperaba la hora del coro? El mismo repartidor de la prensa en la ciudad era un culto canónigo de la Catedral e ilustre catedrático de latín en el seminario Y esta espontánea transmisión de cultura no era patrimonio exclusivo de los eclesiásticos, sino que había trascendido al mundo de los laicos, creando una especie de escuela de enseñanza peripatética. ¿Quién no recuerda, sino, las lecciones de historia que impartía D. Juan Mon en el Bar Central a la sombra de un café mientras el público escuchaba, callado y atento, sus largos y brillantes monólogos? ¿O las técnicas y explicaciones y discusiones que sobre música y literatura tenían lugar en la barbería de O Pallarego?
Otro factor de no menor importancia que contribuyó a impregnar de cultura a la sociedad mindoniense y conformar así la idiosincrasia de su población, y que aún perdura hasta hoy, fue la enorme influencia que tuvo el seminario conciliar de Santa Catalina.
El seminario actual no siempre fue tal como hoy lo conocemos o como era en mis tiempos de estudiante. Entonces funcionaba como un internado en el que sólo los jueves y los domingos salíamos a dar un paseo caminando por alguna de las recónditas calles de la ciudad y sin contacto alguno con la población. Pero, aunque el seminario fue siempre un centro de cultura y comunicación de nivel superior, hubo otros tiempos, muy anteriores a los que hoy recordamos, en los que la intercomunicación entre el pueblo y el seminario era mucho más profunda. Tiempos en los que los estudiantes se hospedaban en las casas particulares de la ciudad, prolongando así en ellas la vida cultural del seminario, mientras que otros muchos jóvenes de la ciudad cursaban sus estudios en el seminario enriqueciendo con su adquirida cultura en ambiente social de la ciudad. Todo ello sin contar con el ilustre claustro de profesores, élite intelectual de Mondoñedo, muchos de los cuales compartían su vida en estrecho contacto con el pueblo, integrándose en el como personajes ilustres y hasta anecdóticos, algunas veces. Una intercomunicación tan profunda que hacía que la vida cultural del seminario trascendiera al ámbito de la población mindoniense, irradiando inteligencia y cultura y que aún hoy se palpa en el ambiente de la ciudad. Sólo así se explica la existencia de esa pléyade de poetas y escritores, casi todos ellos vinculados al seminario, en cuyas aulas adquirieron su formación humanística a través del estudio de los clásicos latinos, guiados por sabios maestros latinistas, como D. Francisco Fanego. Por eso, cuando en mis conversaciones por el mundo adelante quería yo reflejar las cualidades que diferencian a la gente de Mondoñedo de la de otros pueblos, lo hacía diciendo que en Mondoñedo era normal encontrarse con un molinero que era poeta, un zapatero escritor o un barbero compositor. Tal era el nivel cultural y la idiosincrasia de este pueblo. Humanismo y cultura del mundo clásico que se hicieron presentes en esta comunidad a través del seminario, a través de la iglesia. Una perfecta simbiosis en la que la ciudad puso el corazón y la iglesia la inteligencia. Y a la gente a la que no pudo llegar la cultura, llegó la educación, siempre presente en el ambiente de la ciudad y que es el sello distintivo que hoy hace que Mondoñedo sea diferente de otros pueblos.
Cabe, también, recordar la influencia y el calado cultural que imprimió a Mondoñedo la presencia de las órdenes religiosas que vivían entonces en la ciudad. Los franciscanos primero, y después los pasionistas. Su influencia en la cultura de la ciudad no fue de menor calado. Con sus sermones y sus novenas, con su ministerio y su trato personal con la gente, supieron dejar su impronta cultural en la ciudad.
Recordar a esa pléyade de afamados poetas, literatos, artistas y músicos que florecieron entre sus gentes y recrearse en su ilustre pasado y en el esplendor que tuvo esta ciudad es importante para sus actuales vecinos. Y lo es para que tomen conciencia de sus valores y abandonen ciertos complejos para encauzar el futuro con ilusión y recuperar el papel que jugó en tiempos pasados. El Diccionario Geográfico Universal de Montpalau, publicado en el año 1783 – y lo cito como afirmación de lo que digo – nos dice que esta ciudad, situada sobre los ríos Sisto, Pelourín y Ruzos, tiene una Iglesia Catedral, un convento de frailes, otro de monjas, dos hospitales y un seminario. Y contiene, dice, 5100 vecinos. Y 5100 vecinos en esas fechas era mucha gente, si la comparamos con otras ciudades y pueblos de aquella época.
Pero hay otra faceta muy importante de Mondoñedo que quiero subrayar por su importancia y singularidad. Me refiero al carácter acogedor de sus gentes y a su sello de hidalguía. ¿Qué tiene de encanto y de misterio esta ciudad que - y lo se por experiencia - tan bien sabe seducir a los forasteros que se acercan a ella?
Se dice de los forasteros que, por una u otra razón, vienen destinados a esta ciudad, que lloran dos veces. Una de pena al llegar, por la sensación aparente del ambiente aburrido que se percibe en sus calles, y otra al marchar, por la pena de tener que abandonarla, recordando los momentos felices en ella vividos. Y los que se ven forzados a abandonarla siempre recuerdan con cariño y mucha nostalgia los días vividos entre el calor de sus gentes.
Y este es el Mondoñedo que yo he conocido en los tiempos que allí he vivido y que aún hoy sigue ahí como testimonio de lo que digo. Con sus calles tranquilas, su vida familiar compartida entre todos los vecinos que, como una gran familia viven y participan de los problemas de todos. Una ciudad en la que parece que el tiempo no pasa. Una ciudad en la que nadie es forastero.
Pero el brillante pasado de Mondoñedo no puede quedarse sólo en historia. Ha de ser un aliciente para despertar en los mindonienses de hoy las ansias de superación necesarias para encontrar el camino hacia un nuevo futuro prometedor. La corriente efímera del turismo actual es una fuente de riqueza muy apreciable, pero sólo con eso seguiría la ciudad languideciendo. La recuperación de la artesanía de tiempos pasados, la producción y elaboración de productos ecológicos para los que dispone de una huerta privilegiada pueden ser los nuevos caminos para que sus gentes puedan volver a vivir con prosperidad y en sus calles vuelva a sonar el bullicio de sus niños jugando y la música de sus rondallas vuelva a oírse alegre en sus calles en las noches de verano apacibles. Mis votos por el futuro de Mondoñedo.-

José Mª Rodríguez

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 Comentarios (1)

 • Fecha: Sábado, 31 de marzo de 2007

• Hora: 13:16 

Autor: agremon 

Está ben iso de acudir á existencia de nenas bonitas en Mondoñedo en relación coas disputas de signo relixoso. Unha lembranza para a Semana Santa ou a relixión moxigata e de mercaderes, algo que da que pensar sobre as ideas en relixión e a posta en practica.

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