20090909

Los Navarret y el Mar - Primi Nécega

En Ribadeo todos conocen a la familia Navarret, que arribó procedente de Santander. La vieja historia comienza a principios del siglo XX, cuando el abuelo Gustavo, marinero de profesión, se embarcó en la aventura de probar fortuna en tierras gallegas. Y un buen día, con su esposa, que también era santanderina, y sus seis hijos llegó al puerto de Ribadeo a bordo de aquellos barcos de cabotaje que por aquel entonces navegaban por toda la costa como medio de transporte. Sus hijos se fueron acomodando, se hicieron hombres, Uno de ellos se casó con ‘Pura da Crixa’, de cuyo matrimonio nacieron cinco hijos, entre ellos Pepe, al que yo conocí hace años aquí en Ribadeo, que será más o menos protagonista de esta cuartilla. Me contaba su infancia en Porcillán, rodeado de mar, barcas y trabajos: «Fuimos a la escuela. El maestro era un señor llamado don Antonio, bastante serio pero no malo. Más tarde, marchamos para la calle nueva, hoy Trinidad, casi enfrente de la casa de Panchita Acevedo. Era un caserón grande, teníamos de maestro a José Novo, padre del que fue médico en esa misma calle, Manolo Novo. Allí, como eran tiempos de la República, nos daban el desayuno, leche, café, chocolate y unos bollos calentitos, del horno de la casa de Gayol. Pero esto duró un año escaso, al entrar un nuevo gobierno se cerró esta escuela y nos trasladaron a Porcillán, en la casa de la Aduana –nueva entonces- donde teníamos tres profesores: José, Joaquín y para las niñas, Rosa. A los doce años, mi hermano Justo y yo salimos de la escuela para ayudar a nuestro padre, la trainera ya no existía, teníamos otra embarcación pequeña llamada ‘Sotileza’, en homenaje a un escritor santanderino que mi padre leía, llamado José M. de Pereda. Pero llegaron los tiempos de la guerra y nuestro padre como tantos fue preso. Entonces fue grande la lucha, para nosotros –me decía Pepe recordando... y con sus ojos fijos en la ría seguía diciendo- no quiero contar penas... ¡para que!. Te diré que un día mi hermano y yo, con 17 años, fuimos al banco que entonces había en Ribadeo a pedir un préstamo para comprar un aparejo nuevo, que no teníamos ninguno. Entramos y pedimos hablar con el director, que nos atendió enseguida, pero al ver que allí no teníamos cuenta ni libreta, muy educadamente nos dijo que sin aval... nada. Y dicho aval, todavía lo recuerdo hoy. Salimos de aquella oficina pensando, vaya, ni siquiera creía que lo devolveríamos en la primera marea. Salimos de allí tristes, a mí me daba ganas de llorar, qué haremos ahora, pensábamos. Pero lo que son las cosas, por el camino nos encontramos a un amigo de nuestro padre y nos preguntó qué nos pasaba. Existen los milagros, amiga mía, aquel señor bueno y honrado volvió con nosotros al banco y allí nos dieron el dinero que necesitábamos. Quieres ver que a las dos semanas se lo devolvimos todo. Un día volvió nuestro padre, muy enfermo y triste. Nosotros habíamos vendido la ‘Sotileza’ y compramos otra más grande que se llamaba ‘La Tierruca’, otro libro de Pereda, como homenaje a nuestro padre, que era un gran lector de los libros de este escritor y su único consuelo antes de morir eran estos libros que le traíamos de la biblioteca». En el aspecto personal, él continúa contando que «yo ya estaba casado, con la novia de mi vida, Carmiña. Tuvimos cinco hijos, cuatro varones y una mujer, a los que siempre di estudios, pero que también trabajaron y siguen trabajando en el mar, antes a mi lado con mis enseñanzas, y ahora son ellos los que mandan. Mis hijos, como otros pudieron hacer sus carreras y oficios en tierra, pero ahí les tienes, en la última embarcación que en el 62 compramos y fue construida en Foz, en el astillero de Santiago. Bueno, le pregunto a Pepe Navarret, y lo del nombre del barco, cómo fue: «Pues verás, nosotros queríamos ponerle el nombre de otro libro de Pereda, pero cuando fuimos a la Ayudantía para inscribirla, estaba un funcionario que trabajaba allí entonces y que se llamaba Gago y nos dijo: ‘Bueno, xa está ben de tanto Pereda, chamádelle Navarret para que así os lembren sempre os de por aquí’». Y así Pepe, emocionado se me queda mirando y me dice: «por unha vez, ese Gago tiña razón, e Navarret se chamou». Y así fue la historia de este ribadense que desde muy pequeño navegó sobre un madero o una tabla, era igual. Hoy sus hijos salen a la mar, a la pesca de bajura y felices sonríen desde el puente del Navarret, que cual reliquia se cimbrea en Porcillán, como recuerdo de aquel antiguo puerto de pesca que en otros tiempos existió en Ribadeo.

2 comentarios:

Unknown dixo...

A sinxeleza do texto fan florecer as emocions para o lector. Unha sinxela fermosura de relato.

Anónimo dixo...

Toda una institución en Ribadeo. Es una pena que Ribadeo pierda su último barco. Carlos Roberto de Pacho