20210226

EL VIEJO TOPO. Diario de un Confinado en Olavide. Ángel Alda

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 EL VIEJO TOPO


   26 de febrero de 2021

   "El viejo topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez,
ese digno zapador que se llama Revolución."
Carlos Marx


   Escribía la semana pasada sobre el difuso malestar social que inunda y  nubla nuestro entendimiento. Las líneas de fractura social, económicas, políticas y culturales van ampliándose y nuestra 'plena" democracia, adjetivo obligatorio de moda, aparenta tener poca capacidad de respuesta. Seguro que existe una mayoría social capaz de entender el valor del principio democrático, de la paz civil y de los valores de la solidaridad. Pero para mí que los partidos, las instituciones, la misma judicatura y las fuerzas vivas, en general todos aquellos que detentan el poder democrático y fáctico no son capaces o no les interesa asociarse y representar nítidamente a esa mayoría y con ello dar viabilidad al deseo mayoritario. Ese es el sentido de lo que muchos llamamos democracia con problemas. Nadie se plantea un programa de reformas desde dentro y desde fuera parece que el único proyecto pasa por la demolición. También es verdad que en los últimos compases del franquismo pasaba algo parecido y al final, en el último minuto se abrió paso el instinto de reforma por encima del de ruptura o continuismo.

   Y mientras seguimos jugando como si no pasara nada, el viejo y ciego topo del que hablaba Marx se está dedicando a crear pasillos y túneles subterráneos de ideas, proyectos y vanguardias que pueden ir desde lo más sublime a la hez. Y parte de la sociedad, en sentido contrario, bajo la influencia del mundo del espectáculo mediático, se instala en el confort de las condenas morales -en algunos casos alabanzas como las que reciben los youtubers en fuga andorrana que son ensalzados como héroes- de esos movimientos subterráneos pero se olvida de intentar hacer lecturas políticas sobre los mismos. Se olvida de situar el malestar general y las crisis de expectativas como catalizadores de esas profundas y oscuras corrientes. Nos conformamos con asignarles nombre: populismos, anarquía, frustración y a tirar palante o que tire la policía y la justicia que para eso están. Todo va acelerado y los que deberían pensar y reflexionar solo tienen tiempo para exhibir su ignorancia.

   Mediante ese mecanismo de olvido o de menosprecio, además, erigimos a la judicatura y a la policía como intérpretes máximos de la situación y les concedemos poderes especiales, mando máximo. Sin considerar que esas instituciones tienen su propia lógica de poder y de comportamiento y que la reforma no es su objetivo en ningún caso.

   ¿Cómo rescatar o animar el debate público de la trampa de las redes sociales, del corsé de los medios de comunicación tradicionales o del conservadurismo tradicional de las instituciones?

   Ni siquiera la intelectualidad o la investigación social bullen de entusiasmo ante el pantano en el que vivimos instalados. Al contrario, muchos de nuestros intelectuales parecen añorar los viejos tiempos del confort  burgués. Cualquier posible cambio altera sus nervios y nunca como hasta ahora se refugian con tanto ahínco en el principio de conservación y de adoración de lo existente.

   Para recuperar el vigor reformista o transformador necesitamos previamente conocer cuáles son las líneas de quiebra, los elementos que determinan la confrontación política, incluida la que no trasciende, la subterránea. Por donde van las aguas del pensamiento y las acciones que eventualmente emergerán por los ojos del Guadiana de la vida real.

   Es obligatorio considerar un elemento previo. El malestar de los colectivos sociales y su forma de manifestarse no provoca solamente rupturas entre esos colectivos y el estado. También impacta sobre derechos o intereses de otros colectivos que se sienten agredidos o dañados por las reivindicaciones o propuestas de los primeros. Reivindicar, y es solo un ejemplo, derechos para los transexuales a veces, y tenemos pruebas muy presentes en estos tiempos en España, significa orillar demandas de sectores del movimiento feminista. Los mecanismos de este juego de vasos comunicantes son muy complejos y el orden social, sin embargo demanda explicaciones simples que en el caso de este debate que pongo como ejemplo algunos encuentran en argumentos partidistas o de grupos de interés. Consideraciones parecidas se pueden señalar para la lucha de las minorías inmigrantes y su impacto en la mentalidad de las poblaciones pobres de los barrios marginados. Resumiendo. Es imposible alterar el orden social dominante sin encontrar antes equilibrios y jerarquías entre diferentes demandas.

   Pero el caso es que tenemos colectivos inmensos, masas enormes de población que se sitúan extramuros del sistema, bien por disidencia, bien por desdén. Jóvenes con unos niveles de precariedad de vida crecientes, sin futuro a la vista que no pase por la emigración o la aceptación de una forma de vida llena de insatisfacción. Esta semana el diario El País publicaba una encuesta sobre los efectos particulares de la pandemia en los colectivos de la llamada generación millennial. Terribles. Mayor paro. Descenso de ingresos. ¿Cómo lo viven ellos? Con enorme depresión, desconfianza hacia el futuro y posiblemente con una desafección creciente hacia el sistema económico y político. La traducción de todo ello en la práctica diaria de estos jóvenes se la puede uno imaginar. Les ahorro la descripción posible de esa desafección. Que algunos sectores de esos grupos busquen respuestas radicales es algo plenamente razonable. La radicalidad de pensamiento, la fijación en posturas y pautas de comportamiento violentas entran en juego. Nada menos extraño. En tiempos antiguos las ideologías de liberación, el anarquismo, el socialismo, el fascismo, las teologías, se constituían en herramientas para encuadrar a la juventud. Hoy, esas ideologías son más difusas pero están presentes. Algunas de ellas pueden tener sorprendentes aspectos liberadores como el ecologismo o el feminismo pero otras como el tribalismo, el hipernacionalismo o la hegemonía racial pueden causar destrozos colosales.

   Pero no son solamente las brechas económicas o generacionales las que determinan el malestar social y el crecimiento de las movilizaciones populares. La lejanía de las instituciones y del poder que sienten tantos ciudadanos también afecta a elementos centrales de nuestra cultura y nuestra civilización. Nunca como hoy asistimos a tantos fenómenos de repulsa de la ciencia o al incremento sustancial en creencias milenaristas.

   Nunca como hoy hemos tenido tanta conciencia de la degradación de la vida democrática en tantos países supuestamente avanzados. De la emergencia de sistemas de gobierno que viven la democracia liberal como un simple barniz que oculta poderosos movimientos raciales, clasistas y machistas de extrema derecha. Es lo que hemos dado en llamar democracias "iliberales". No surgen en el vacío. Nacen del miedo de las sociedades. Sociedades que se animan a recomendar la obediencia social como la mejor receta para protegerse del otro, del recién llegado, de las ideas de liberación de los movimientos feministas a los que se ve como radicales, de las luchas de tantos jóvenes contra el racismo a los que se denuncia como enemigos de nuestra raza o de nuestras tradiciones. La ideología trumpiana, en definitiva.

   Fuerzas de cambio contra fuerzas que se instalan en la tradición, en lo que "siempre ha funcionado". El combate ideológico es más brutal que nunca y tiende a proyectarse en la calle. No nos aguantamos unos a otros. Ya no se trata tanto de defender lo nuestro como de impugnar la resistencia del adversario. Y si además coincide que la herramienta del voto, el ejercicio de la democracia representativa no conduce a la resolución de los problemas pues la brecha social e ideológica es incapaz de promover nuevas mayorías y nos instalamos en el empate político o en la inseguridad y la incompetencia política estamos apañados y listos. La gente buscará opciones políticas que prometan cambios radicales imposibles.

   La única receta es poner el oído en el terreno y ser capaces de escuchar el viento. Y el debate político sano. Pero esto solo son palabras. Mientras tanto de lo que se trata es de salir de esta pesadilla de la PANDEMIA.

   Besos para todas.

   Ángel

2 comentarios:

agremon dixo...

Bravo. Mais, dúas cousas:
- Seguro que 'maioría' ten o mesmo significado para todos?
- Creo que unha sociedade non se constrúe só en función dos seus membros, senón como diferencia conxunta cara ó exterior. Non estamos, nese conxunto de cousas das que falas, esquecendo a imaxe que nos devolve ese espello exterior e que ata o de agora foi básica para ter unha definición de nós mesmos?

Ángel de Olavide dixo...

De momento y a los efectos prácticos entiendo mayoría como la propia de los sistemas representativos de la democracia liberal. Ir más allá es pedir imposibles en este momento. Creo que el simple hecho de poder mantener estas democracias existentes ya sería un gran éxito. La amenaza que viene va más allá de las fronteras. En cuanto a quienes somos y con referencia a otras sociedades pues por ahí van las cosas.