20201113

MAMÁ, QUIERO SER EPIDEMIÓLOGO. Diario de un confinado en Olavide. Ángel Alda

Bandera de los EEUU en una esquina de la plaza de Olavide. A partir de ahora unos pocos vecinos hemos decidido llamarla Plaza de OlaBiden.

MAMÁ, QUIERO SER EPIDEMIÓLOGO

    Los niños de mi generación queríamos ser policías o ladrones. Los del baby boom preferían ser ingenieros o médicos. Los nacidos en los 80 querían ser rockeros. La generación millennial se inclinaban por los oficios televisivos como ser concursantes o youtubers. Pero los nacidos en los últimos veinte años, los sociólogos la llaman generación Z, preguntan a su mamá que hay que hacer para hacerse epidemiólogos y parecerse a Fernando Simón. Creen que viajan mucho y que salen en la tele constantemente y que van a salvar a la humanidad. Según vayan pasando los meses y se acredite la eficacia de la vacuna empezarán a querer ser microbiólogos o empresarios de laboratorio. La generación P de Pfizer.
Creo que la vacuna será un avance histórico muy importante. La ciencia y la investigación como polos de atracción adolescente significarán un giro humanista decisivo.
    Despedía la última entrega del Diario de un confinado con la noticia del triunfo de Biden en las elecciones norteamericanas. Una explosión de alegría se extendía por el mundo. Creo que más por el despido del monstruo Zanahoria que por el éxito del caballero de la triste figura llamado Biden. Incluso los ciudadanos americanos de Chamberí sacaron sus banderas de las barras y las estrellas para decorar sus ventanas y balcones. A la plaza de Olavide ahora la llaman la plaza de Ola Biden.
    Un motivo de alegría para añadir al anuncio pocos días después de los resultados positivos de una de las vacunas en desarrollo. Anticipan los heraldos de la información que para el primer trimestre dispondremos de diez millones de vacunas que nos harán alcanzar posiblemente para el verano una importante protección ante el coronavirus.
    La luz al final del túnel. Pero vaya túnel en el que nos ha tocado circular. Una tristeza y un sacrificio humanos de difícil aceptación. Pienso en aquellos que viven el drama de la enfermedad postrados en una habitación de hospital y en su sufrimiento. Me acuerdo de sus familias soportando la espera. Y me pregunto cuales son las herramientas morales, las fortalezas físicas o emocionales para aguantar el tirón. Y me quedo bloqueado. Religión, amor por la vida, apego a los tuyos? O simple mandato biológico, puede ser. Desde aquí solo puedo hacer vibrar, hasta físicamente, mi viejo corazón por si fuese útil a mi querido Claude. Hay muchas botellas de vino y ostras por abrir en París, en Madrid, en Ribadeo o en el Ampurdán.
    Los sueños me siguen acompañando como perros fieles. La transcripción de los mismos casi la estoy convirtiendo en un oficio. Vayamos con el último.
    Estoy caminando en plan flâneur por una gran ciudad que se va transformando, ora parece que es Madrid y otras veces Londres aunque parece no debe serlo porque tiene muchas cuestas. Posiblemente sea París. En la primera parte estoy en Madrid y me encaminó a una especie de iglesia en un sitio que debe estar en mi viejo barrio de las rondas en Francisco Silvela. Pero no recuerdo haber estado allí nunca. Tiene un portalón grande, pero no llego a entrar. Voy con un señor gordo que está constantemente diciendo que tiene que bajar a hacer no ser que recados y nunca vuelve. También con una señora que me recuerda a una vecina. Voy detrás de la señora pero se me pierde. Ya todo el viaje lo haré solo. Recorro calles. Anteriormente recuerdo que estaba en un hotel cutre pues llevo las llaves en el bolsillo. Constantemente compruebo sl llevo la cartera, el teléfono y curiosamente también el paquete de tabaco cuando hace veinte años que no fumo.
    En una esquina oigo una canción en español. Me parece que debe ser un cantante callejero. Pero no: es una voz que viene de una ventana alta. Replico la canción desde la calle y se me acerca mucha gente a protestar pues parece que lo hago mal pero no soy muy consciente de ello. Es cuando creo que estoy en Londres. Con otras dos personas hablo de lo difícil que es encontrar un supermercado en la ciudad. Voy por pasillos enormes que me recuerdan el gran bazar de Estambul o los pasillos de un metro de alguna gran ciudad. La gente toma el sol en máquinas solares en las calles. Hay grandes terrazas con muchos chinos esperando a comer. Será un barrio chino? Son casi todas chicas muy jóvenes vestidas de campesinas. Entro en un bar y me encuentro con Boris Johnson que me dice que me invita a un seminario que va a impartir siempre que acierte alguno de los temas que tiene seleccionados. Le digo que China. Y comprueba en un bloc que ese tema no va. Le digo que vaya mierda de seminario. Y en ese momento le suelto una frase que no puedo recordar pero que le impresiona. Debe ser algo así como ni con China ni sin China tenemos nada que hacer, con China porque te mata y sin China porque te mueres. Muy coplera la frasecita. Me dice que tengo que asistir como ponente. Que me lo piense.
    Más tarde voy tratando de recuperar la referencia de la primera iglesia. Al fondo hay un gran río y le quería hacer una foto pero no encuentro el teléfono. El río baja por un desfiladero. No encuentro la iglesia pero en el camino voy tropezando con gente que se empeñan en obstaculizar mi paso. Con sillas de ruedas, con bicicletas, con paraguas y bastones. Caminar se me hace imposible. Me caigo constantemente. Sigo buscando un supermercado. Pero no hay forma. Creo que la iglesia inicial era el Sacré Cœur de París y el barrio de Montmartre.
    Me despierto.
    Posdata. Ayer Manolita, a quién los lectores de mi libro conocen sobradamente - y si no ya es hora de que lo compren en todostuslibros.com, hay más de veinticinco librerías con stock - cumplió su primer año.
    Vamos a por el segundo. Ánimo.
    Un beso para todos.
    Ángel

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